sábado, 2 de octubre de 2010

Carreteras impecables, trenes avanzadísimos, pero ¿dónde están los usuarios?

Las autovías regionales y el AVE en Extremadura 

JULIÁN MORA ALISEDA
PROFESOR DE ORDENACIÓN DEL TERRITORIO, URBANISMO Y PLANEAMIENTO ESTRATÉGICO
RECUERDO cuando, poco antes del verano, fui a Lisboa en mi coche acompañado de un profesor holandés experto en economía regional; durante las tres horas de desplazamiento tuvimos mucho tiempo para hablar de todo, incluido temas profesionales. Desde Cáceres a Badajoz utilizamos la carretera autonómica (EX - 100), y se quedó sorprendido de que en 100 kilómetro de trazado sólo hubiese dos pequeños pueblecitos (La Roca de la Sierra y Puebla de Obando) y apenas tuviese tráfico. Le apunté que la desertización poblacional era normal en Extremadura (región de idéntica extensión a Holanda, pero con sólo un millón de habitantes), y la ausencia de flujo automovilístico se debía a que Cáceres y Badajoz eran ciudades pequeñas con los mismos equipamientos, salvo El Corte Inglés, y sin economía de complementariedad, pues no tienen apenas industrias y la población activa mayoritariamente trabaja como funcionario público y en el pequeño comercio y restaurantes.
No obstante, le expliqué que el Gobierno autonómico iba a convertir esa carretera en autovía y mi acompañante quedó perplejo y me dijo: «¿Si no pasa casi nadie, para qué quieren una autovía? ¿Es que acaso tienen todas las necesidades cubiertas en esta región?». Le aclaré que no somos una región rica, pero que nuestra sociedad tiene algunos complejos y queríamos llegar a todos lados en autovía como síntoma de modernidad, aunque la mayoría de la gente no tenga dinero para viajar (somos la región con menos desplazamientos internos y externos de todo el país, incluso el 80% de las compañías de autobuses han cerrado en los diez últimos años) y no tenemos grandes empresas productoras o comercializadoras. Así que me miraba de reojo de manera muy extraña, como si no entendiera nada, y eso que habla muy bien el castellano. 
Paramos a tomar café en una conocida gasolinera situada unos 500 metros antes de la frontera portuguesa. Después continuamos viaje desde Badajoz a través de la autopista A-6 y una de las cosas que más le llamó la atención es que estuviera desierta hasta Setúbal, pues nos cruzamos con apenas 80 coches y adelantamos a unos 15 vehículos en un tramo de 200 kilómetros. Me preguntó si era día festivo en Portugal o en España y le dije que no, que esa autopista estaba siempre así de vacía, por dos motivos fundamentales: primero, porque atraviesa una de las zonas más pobres y con menos población de la península (20 habitantes por kilómetro cuadrado) y, segundo, porque es de pago: 15 euros a la ida y otros a la vuelta. 
Al día siguiente volvimos desde Lisboa a Cáceres por la antigua carretera nacional y comprobamos que tampoco había mucha intensidad de tráfico; más camiones pero nada excesivo. Le tuve que explicar que la población alentejana vivía en pequeños núcleos y estaba envejecida como la extremeña y que, además, entre España y Portugal había pocos intercambios comerciales. Sin embargo, le comenté que ambos Estados van a construir una vía para un tren AVE que cubrirá estos 650 kms de desierto entre Madrid y Lisboa. Entonces, el profesor holandés me miró entre perplejo y estupefacto y me espetó: «Pero si usted me ha dicho que la densidad de ganado es 5 veces mayor que la de personas y que un vuelo de Madrid a Lisboa (1 hora de duración) cuesta 50 euros, entonces ¿cuánta gente va a utilizar el AVE? ¿Parará como un tren de cercanías en Talavera, Plasencia, Cáceres, Mérida, Badajoz, Évora, etc.? ¿Cuándo van a rentabilizar esta costosísima infraestructura? ¿Quién invierte en un negocio ruinoso?» 
Le tuve que matizar que para las empresas constructoras y para los bancos es muy rentable, porque quien paga esto son los fondos europeos y la co-financiación de los respectivos gobiernos ibéricos y que los ciudadanos españoles y portugueses las iban a mantener después con las subidas incesantes de impuestos.
Aún recuerdo la expresión atónita de su cara mientras tomábamos un estupendo café en Estremoz, pues como economista no daba crédito a lo que yo le decía y después de un rato en silencio me endosó a modo de reproche. «Y nosotros, los holandeses, también estamos pagando estas lujosas infraestructuras con nuestros impuestos, pues ustedes nunca podrían construirlas con lo que producen y, sin embargo tienen ya más kilómetros de carreteras y autovías por habitantes que nosotros». Y prosiguió: «Países muy desarrollados, como Finlandia, Noruega o Australia, con baja densidad no tienen AVE y no lo contemplan entre sus estrategias». Y afirmó que en Extremadura tenemos una mejor red de autovías que muchos países avanzados, lo cual es cierto. 
Bueno, yo le expliqué que ya había realizado con anterioridad algunos estudios que cuestionaban estas infraestructuras de alto calado desde la óptica económica, ambiental y demográfica, pues los efectos serían más perjudiciales que beneficiosos para las zonas poco pobladas, contribuyendo aún más a su desertización, salvo que se concentraran los equipamientos en un único punto central que diera acceso en breve tiempo a casi todas las ciudades y municipios de la región, pero que eso, para nuestra mentalidad de querer tenerlo todo en la puerta de casa y gratis, era una batalla perdida.
Al menos me queda la satisfacción que llegó a Cáceres emocionado por el paisaje casi prístino y de safari que había podido divisar sin salir del territorio europeo.