domingo, 7 de abril de 2013

Extremadura, cuna de conquistadores



No fueron ni uno, ni dos, ni tres... Extremadura es la cuna de una docena de grandes conquistadores cuyos nombres se escriben con letras de oro en los libros de Historia. Valentía, agallas y una buena dosis de aventura corría por las venas de jóvenes ambiciosos que lo dejaron todo por seguir la sana locura de Cristóbal Colón en su viaje al Nuevo Mundo. Allí, los extremeños dejaron su impronta, pero aquí también podemos palpar ese triunfal pasado al caminar por la tierra que vio nacer a genios como Francisco Pizarro, conquistador de Perú; Vasco Núñez de Balboa, descubridor del actual Océano Pacífico; Hernán Cortés, conquistador del Imperio Azteca, o Inés de Suárez, fundadora de la actual Santiago de Chile.

La ruta de los descubridores cruza Extremadura para mostrarnos la esencia de un pueblo afable, sencillo y hospitalario que, a pesar de su humildad, guarda vastos tesoros. Iniciamos el camino en Plasencia, ciudad natal de Inés de Suárez, aunque no sólo ella cobra importancia en la conquista de América. De hecho, gracias a las campañas promovidas por los obispos placentinos se descubrió y conquistó la Patagonia argentina y las islas Malvinas, se cruzó el canal de Beagle y se avistó por vez primera la isla de Chiloé (Chile). Entre las calles de Plasencia sobresale la silueta de la catedral (que en realidad son dos yuxtapuestas), aunque tras sus murallas se esconde una buena colección de palacios, restos judíos y casas señoriales.




Francisco Pizarro y Francisco de Orellana, fundador de la ciudad de Guayaquil (Ecuador) y descubridor del río Amazonas, son los culpables de que Trujillo sea una parada obligada en esta ruta. De hecho, la imponente estatua de Pizarro en el centro de la plaza deja atisbar el fervor que la ciudad rinde a su vecino más ilustre. Sin embargo, más allá de la figura de los conquistadores, Trujillo engatusa por el color de sus piedras y la prestancia de su caserío. Coronada por el castillo, construido entre los siglos X y XI con carácter militar, la ciudad se convierte en un amasijo de callejuelas empinadas que invita al viajero a perderse por un pasado de esplendor.

Pero no nos engañemos. Si Extremadura fue la patria de muchos conquistadores es porque, tras la Reconquista de 1492, poco o nada tenían que hacer aquí los precoces hidalgos. Inexistentes batallas, malas cosechas, fuertes hambrunas y pueblos empobrecidos hicieron que los jóvenes extremeños no vieran más futuro que el que se les prometía al otro lado del Atlántico. Hambre de fortuna y sed de fama empujaron a muchos a embarcarse rumbo a las Américas; eso sí, siempre con el nombre de su honrada tierra como seña de identidad.






Una típica villa serrana que creció al abrigo de un milagro es con lo que nos topamos al entrar en Guadalupe, centro de peregrinación gracias a la construcción de un imponente Monasterio declarado Patrimonio de la Humanidad en 1993. Tal es la devoción por la Virgen que Cristóbal Colón pasó por aquí en varias ocasiones, tanto antes de partir en su primer viaje como después, muestra de su agradecimiento a Nuestra Señora por guardarle en tan célebre hazaña.
De hecho, a la vuelta de su segundo viaje, peregrinó hasta el monasterio y frente a la Virgen bautizó a dos indígenas traídos de América, Cristóbal y Pedro, los primeros aborígenes con partida bautismal.




La ruta continúa por la provincia de Badajoz, pues Medellín fue la tierra natal de Hernán Cortés, que preside la plaza del pueblo en forma de estatua. El topónimo de esta villa aún se conserva en ciudades de Colombia, México y Argentina. El final del camino llega en Jerez de los Caballeros, localidad natal de Vasco Núñez de Balboa, quien en 1513 avistó la inmensidad de un océano al que llamó Mar del Sur, un hito que cambió el mapa del mundo, propició el intercambio de riqueza entre continentes y puso el nombre de Extremadura en el altar de los ilustres; una tierra que ya
sea por su cercanía o su modestia, pasa injustamente desapercibida a ojos de muchos. Ahora es el momento de que sea el viajero quien la descubra a ella.

La Razón