lunes, 25 de abril de 2011

Rebaños de cabras contra los incendios


Rebaños con una misión


CARLOS BENITO | Durante mucho tiempo, se ha visto a las cabras como si fuesen la improbable descendencia del caballo de Atila.

El término herbívoro se queda un poco corto para estos animales, máquinas de devorar y digerir que aprecian incluso las partes leñosas de las plantas, así que su paso por un monte se llegó a ver como el avance de un ejército devastador, que arrasaba con todo y dejaba una desoladora estela de desierto. 
La cabra era una amenaza, cumplía en este terreno la tradición iconográfica que la vincula con lo maligno. Pero las cosas cambian, las convicciones pueden volverse del revés, y este tipo de ganado ha acabado convirtiéndose en aliado de los planificadores forestales por su beneficioso papel en la prevención de incendios. 


El último proyecto en este sentido procede de La Raya portuguesa, de una comarca que reúne municipios de Zamora, Salamanca y el nordeste del país vecino: un 'equipo' de 150.000 cabras, repartidas en sesenta rebaños, mejorará las condiciones para combatir el fuego, a la vez que revitalizará la adormecida economía de los pueblos de la zona.


«Como casi siempre, las buenas ideas surgen de la necesidad», plantea José Luis Pascual, director general de la Agrupación Europea de Cooperación Territorial Duero-Douro, una entidad creada el año pasado en la que participan 107 municipios de ambos lados de la frontera, pero también las universidades de Salamanca y Braganza.
 
«Todos los pueblos de la frontera tenemos baja densidad de población y pocas oportunidades laborales: hemos estado lejos de los núcleos de decisión, abandonados del progreso. Tenemos nueve espacios protegidos y un paisaje espectacular, pero los incendios nos machacan año tras año, devastan nuestra riqueza y hacen que se vaya aún más gente», resume. 
Al combinar todos estos factores y echar un vistazo a las tendencias más recientes en prevención de incendios, en las mentes de los responsables de la agrupación se dibujó la silueta inconfundible y orgullosa de una cabra. 
«El problema de fondo de los incendios no es que se produzcan, sino que se tarda mucho en acabar con ellos, porque la maleza actúa como si fuera gasolina -expone Pascual-. 
Las cabras limpian esa maleza y llegan hasta donde no lo hacen otros animales. Eso es muy importante aquí: las laderas escarpadas en los cortados del Duero tienen lugares inaccesibles para el hombre o para las vacas: si entrasen ahí, no saldrían. La cabra sí aprovechó durante mucho tiempo estas áreas».

Porque, si echamos la vista atrás, nos encontraremos con que la cabra era una presencia habitual. «Y no hay que remontarse tanto: hace 30 años había rebaños de cabras en todos nuestros pueblos. Su cuidado siempre estuvo unido a sistemas mancomunados: las familias tenían ovejas o cerdos como medio de vida, pero cada una poseía también tres o cuatro cabras que se cuidaban de forma conjunta, contratando entre todos a un pastor o turnándose por días», rememora Pascual. 
Esta costumbre desapareció a la vez que se producía la debacle generalizada de la ganadería extensiva. En estas tierras de Zamora, Salamanca y Portugal, como en tantos otros puntos de la Península, muy pocos quieren ser pastores, un oficio del que la poesía bucólica daba una imagen muy parcial. 

«Es normal que los jóvenes no quieran. Ninguno queremos. Todos deseamos llevar una vida normalizada, con sus vacaciones y sus días de descanso, y no trabajar desde que sale el sol hasta que se pone, de lunes a domingo, del 1 de enero al 31 de diciembre», analiza Pascual, que aún recuerda con cierto escalofrío la frase de unos amigos ganaderos el día que se casaron: «Me dijeron que era la última vez en su vida que se iban de vacaciones».

Entonces, ¿quién manejará todas esas cabras que empezarán a implantarse el año que viene? El proyecto, bautizado como Self-Prevention y con una inversión inicial de 48 millones de euros, tiene forma de empresa con capital público y privado, que no sólo se encargará del aprovechamiento forestal de las cabras sino también de los productos más convencionales de la ganadería: la carne y la leche. 
El objetivo final es implantar doce queserías, quince tiendas, dos mataderos y una central de comercialización que crearán un total de 558 puestos de trabajo. 
Los cuidadores de las cabras también serán asalariados y disfrutarán de esas jornadas de descanso con las que el pastor tradicional sólo se permite soñar. «Buscamos la gestión integral, desde el manejo de cabras en el campo hasta la comercialización y distribución del cabrito, la leche y los quesos. La base del proyecto es incorporar a la población, incluso a los que ya no viven aquí: muchos tienen tierras que no saben ni dónde están y pueden aportarlas al proyecto, así generaremos aprecio por el pueblo en gente que ha tenido que emigrar».


El modelo del futuro

La ambiciosa iniciativa de la agrupación Duero-Douro lleva un paso más allá el aprovechamiento del ganado para prevenir los incendios forestales, una práctica cada vez más extendida en el mundo occidental. 
En cierto modo, se trata de reimplantar lo que antes se hacía de manera natural, pero con una ventaja sobre la tradición: el control estricto impide que los rebaños esquilmen a su gusto los recursos naturales y hace que se ajusten a lo planificado por los expertos. 

En la geografía española se va haciendo habitual esta nueva vertiente del pastoreo: en Aragón, por ejemplo, 42 ganaderos mantienen limpios con sus animales más de 300 kilómetros de cortafuegos. «Es el modelo del futuro», ha asegurado el consejero de Medio Ambiente, Alfredo Boné, que tiene el propósito de alcanzar los 500 kilómetros. 

Otro buen ejemplo es el de Andalucía, donde esta manera de reducir la carga de combustible se ha ido extendiendo en los últimos años: el proyecto arrancó en Málaga y funciona hoy en todas las provincias de la comunidad, con una inversión anual superior al medio millón de euros y unas 30.000 cabezas de ganado -20.000 ovejas y 10.000 cabras- que se encargan de mantener 1.200 kilómetros de cortafuegos.

«Tiene mucho menos impacto que la maquinaria pesada y sale mucho más barato, además de potenciar el empleo rural -explica Juan Jiménez, jefe de la unidad de prevención de incendios forestales de Egmasa, la empresa pública andaluza encargada del programa-. 
Además, los pastores sirven de vigilantes en el monte, son gente que conoce perfectamente el terreno. Ellos, que tradicionalmente se sienten un poco abandonados, asumen esta labor con ilusión»
Las autoridades andaluzas firman un contrato de mantenimiento con los ganaderos, que perciben una cantidad en función del grado de cumplimiento de los compromisos adquiridos. «Puede suponer unos 5.000 euros anuales, aunque la fórmula depende de factores como la cantidad de ganado, la superficie, la distancia, la pendiente, la pedregosidad... Ellos empiezan a primeros de año y se les van haciendo evaluaciones periódicas, con cinco personas dedicadas exclusivamente a controlar esto», detalla Jiménez. 
El experto señala que los efectos positivos de este procedimiento se apreciaron claramente el año pasado en los incendios declarados en Cádiz: «Se notó perfectamente cómo se detenía el fuego, cómo bajaba la intensidad».

Juan Jiménez sabe que, hace unos años, esta práctica habría resultado chocante: «Antes no se quería ver una cabra por el monte ni en pintura, pero ahora se sabe que son beneficiosas siempre que haya control y se coman lo que se tienen que comer»
Este modelo de trabajo, además, modifica las relaciones entre pastores y forestales, tradicionalmente no muy amigables, al juntarlos por primera vez en un mismo bando. 

«En Córdoba -comenta Jiménez-, con los que estamos teniendo algunos problemas es con cazadores y propietarios de cotos, a los que no les hace mucha gracia que anden por allí los pastores en mayo. En todo esto hay mucha gente implicada y es importante llevarse bien: si no, el perjudicado siempre es el monte».