La población en general no sabe lo que está ocurriendo, y ni siquiera sabe que no lo sabe.
Noam Chomsky
El anhelado acceso hacia los mercados de especias de Catay y Cipango sería el principio de una globalización anticipada. Hasta que Vasco Núñez de Balboa no se sumergió en el Océano Pacifico, nadie en Occidente fue capaz de intuir la transcendencia de aquel sensacional descubrimiento y ni él mismo tuvo una idea cabal del peso y calado de lo que estaba haciendo. No en vano, y dada la importancia de tan crucial apuesta, en marzo del año 1508 la Corona había convocado a los mejores pilotos del reino, llamándolos a capitulo para buscar de manera perentoria y sin dilaciones una ruta de acceso rápida y fiable hacia el mercado de las especias. Dicho y hecho; Juan de la Cosa, Vicente Yáñez Pinzón, el ubicuo mercenario Américo Vespucio y Juan Díaz de Solís se pusieron manos a la obra. No tardarían mas de cinco años en dar con la tecla.
El nivel de intercambios mundiales y la articulación de una economía global más dinámica tuvieron un impacto extraordinario en un mundo agostado y adormecido en una especie de teoría
eurocéntrica aparentemente inmutable y enrocada.
Guarnecido por ropajes ligeros y acompañado de una multitudinaria cohorte de asombrados indios, el 29 de septiembre de 1513 este hidalgo segundón y extremeño de pro se sumergiría en la orilla de un mar de magnitudes colosales poniendo en contacto a la vieja Europa con sus alejadas antípodas.
El conquistador respetuoso
Consciente Balboa de la devastación demográfica causada en los prolegómenos de la colonización en La Española y conquistas subsidiarias, puso de manifiesto su talante diplomático y conciliador no obligando a los indígenas a pagar tributo alguno ni a dedicarse a onerosos trabajos forzados, aunque bien es cierto que hubo colisiones por parte de hordas decolonizadores sin escrúpulos, Balboa instruiría vehementemente a sus soldados en el respeto a la población autóctona y a una interacción equilibrada y constructiva, aspecto este que le honra, pues lo fácil en aquel entonces era desvariar a través de los derechos de conquista, que implicaban en muchas ocasiones un desprecio manifiesto hacia los indígenas.
En aquel avance contra reloj y la naturaleza salvaje y fagocitadora de la selva, el cronista de la época Méndez Pereira diría sobre aquella épica: «Rendidos de cansancio y de angustia, el cielo parecía abrirse en cataratas de lluvia, el viento desgarraba las hojas y las ramas, retumbaba el trueno con ecos quejumbrosos, que la selva repetía hasta el infinito. Pero había que avanzar, avanzar siempre, hasta que llegara la noche con el espanto de las fieras, el sonido espeluznante de la serpiente cascabel, las picadas de los insectos, la algarabía de los monos aulladores...».
Durante el trayecto final, una indígena de portentosa belleza y delicada estructura álmica conquistaría el corazón de Balboa. Era su nombreAnayansi. Ella le haría ver lo fatuo del conflicto entre blancos y autóctonos, logrando así una integración por la persuasión mas rápida y eficaz que por la argumentación de las armas.
Decapitado por una conspiración
Hacia el 25 de septiembre, y siguiendo la trayectoria del rio Chucunaque, cerca de doscientos españoles y un millar de indios avistarían lo inesperado. Una enorme superficie continua e inabarcable de un profundo azul se revelaría como uno de los mayores descubrimientos de la historia. De rodillas y en solemne recogimiento, estos avezados aventureros entonarían un Te Deum Laudamus de sonoras resonancias.
Pizarro arguyó que Balboa quería moverle la silla a Pedrarias y se compinchó con el gobernador para quitarse de en medio a tan efervescente adelantado, entre otras cosas por que Francisco Pizarro no quería ver mermadas sus conquistas presentes ni futuras. El caso es que en un abrir y cerrar de ojos, este ilustre y grande de España perdió el cuello en una decapitación de inusual rapidez. Esta figura del averno, la de Pedrarias, y el triste perfil de un Pizarro de geometría variable, consiguieron quitar del escenario de la conquista a uno de los mejores.
Es de esperar que Dios o algún subalterno le guarden en su memoria.